Un estudiante de Derecho

Kandinsky, "Composición VIII" (1923)

 

Hacia 1907, Kandinsky tanteaba su definitivo camino a la abstracción. Su idea pasó a ser que el arte no tenía porque ser figurativo para ser precisamente eso; arte. Pero le faltaban argumentos y se propuso encontrarlos; así pues, se interesó por la teosofía y las ciencias ocultas a través de los escritos de Rudolf Steiner y Helena Blavatsky, muy difundidos a principios del S. XX.

 

 

 

Steiner había dicho: “Sólo hay que imaginarse que todo lo que es descrito como “cuadro”, como “luminoso”, es al mismo tiempo sonoro. A cada color, a cada percepción de la luz, corresponde un tono espiritual, y a cada combinación de colores le corresponde una armonía, una melodía…”. Es en este contexto cuando Kandinsky escriba su obra quizá más importante; “De lo espiritual en el arte” (1910-11).

 

Cualquier creación artística es hija de su tiempo y, la mayoría de las veces, madre de nuestros propios sentimientos…

Por ejemplo, es totalmente imposible sentir y vivir interiormente como lo hacían los antiguos griegos. Los intentos por reactualizar los principios griegos de la escultura, únicamente darán como fruto formas semejantes a las griegas, pero la obra estará muerta eternamente…

Nuestro espíritu, que después de una larga etapa materialista se halla aún en los inicios de su despertar, posee gérmenes de desesperación, carente de fe, falto de meta y de sentido. Pero aún no ha terminado completamente la pesadilla de las tendencias materialistas que hicieron de la vida en el mundo un penoso y absurdo juego…

 

 

Que sí, que la obra es un rollazo y que lo espiritual que pueda tener el texto queda sumergido por un caparazón racionalista importante. Y qué. Está hablando de nosotros y de cómo sentimos (o deberíamos sentir) cien años después de haber escrito su obra.

 

 

 

Esto es un clásico y no tiene por qué gustar. Pero es importante.